jueves, 3 de febrero de 2011

Requiem por un tormento

Mientras lo que queda de su conciencia se esfuma por miedo a su ira, no tiene más remedio que simplemente perder lo poco que le quedaba de humanidad, lo poco que en algún momento quiso guardas. Aprendió de mala manera que no existían los cuentos azules, las princesas o las brujas a las cuales vencer.

No había final feliz, tampoco suplicio eterno, la realidad era un verso en el cual el no rimaba. Sería suficiente para destruir a muchos, quizás suficiente para destruirlo a él, quizás si le interesara en lo más mínimo. Pero no es oscuro, no es sombrío ni escalofriante. La abominación más temible lo es porque no es abominable, el peor mal daña porque no creemos que existe. La pena más grande corroe hasta el fondo cuando creemos que no es necesario sacarla.

Y allí no queda nada para mantener el espacio cerrado, no queda nada...tampoco se extraña. Lo que una vez fue un ser normal ahora brilla más que antes, inspira las emociones más efervecentes... lleva a cuestas la pena más grande y la desesperanza de saber que es lo único que seguramente permanecería con él hasta el final.

Pero la vida no es tan mala, no vale la pena sentirse mal por ella, no vale la pena preocuparse porque no hay muchas cosas que en simple español...importen. Y es que casi todo tiene un como y un porque, lo que no normalmente no sirve de mucho, lo que no sirve no merece un segundo de una incertidumbre tan rara como trébol de 4 hojas.

La conciencia dejó una carta...

...decía "no te pierdas". Lamentablemente se perdió. Vi cuando la escribió. Jamás la recibí.
A duras penas se puede recordar la candidez de un pasado que se dejó atrás.

Tuve un sueño...

... pero preferí la realidad. A la realidad si se le puede golpear. La realidad te hará pedazos. Pero tendré el gusto de sonreirle cada vez que lo haga. Yo no puedo ser así. Yo tampoco.

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